martes, 19 de agosto de 2008

Despues de leer a Adrian Soto (Traveler)




Suelo a veces sentirme barato. Cuando de alguna manera inoportuna se proponen ante mí algunas letras magistralmente acomodadas, artísticamente superpuestas, colocadas fríamente  en un orden misteriosamente calculado para mi intelecto. Se amarran los conceptos, se entrelazan, se revuelcan en las paginas sin pudor a mi mirada, como si se conocieran de toda la vida y se acabaran de casar, como en una suite nupcial, se hacen el amor sin reparo en la fidelidad, digamos que en una sagrada orgía. Y me siento barato. Por mis analogías, mis oraciones, mis intentos absurdos de explicar lo que sucede en ese momento mágico, cuando una llama se enciende en mis entrañas y quema mi interior en un arrebato de eso que llaman inspiración. La maldita necesidad de contar algo aún cuando a nadie realmente le interese. Y después soy tocado por una mano amiga en este caso, un autor no publicado, algún día quizás famoso, pero por ahora en gestación, y que usó palabras para lacerar las fibras más protegidas por mi incredulidad. Quizás sea tan solo una cuestión de auto apreciación ó de la degradación de  mi parte creativa por parte de mi parte pesimista que aparte de vencer a mi parte optimista toma parte en mis procesos con la ayuda de mi débil autoestima (otra parte de mi).

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