martes, 19 de agosto de 2008

Despues de leer a Adrian Soto (Traveler)




Suelo a veces sentirme barato. Cuando de alguna manera inoportuna se proponen ante mí algunas letras magistralmente acomodadas, artísticamente superpuestas, colocadas fríamente  en un orden misteriosamente calculado para mi intelecto. Se amarran los conceptos, se entrelazan, se revuelcan en las paginas sin pudor a mi mirada, como si se conocieran de toda la vida y se acabaran de casar, como en una suite nupcial, se hacen el amor sin reparo en la fidelidad, digamos que en una sagrada orgía. Y me siento barato. Por mis analogías, mis oraciones, mis intentos absurdos de explicar lo que sucede en ese momento mágico, cuando una llama se enciende en mis entrañas y quema mi interior en un arrebato de eso que llaman inspiración. La maldita necesidad de contar algo aún cuando a nadie realmente le interese. Y después soy tocado por una mano amiga en este caso, un autor no publicado, algún día quizás famoso, pero por ahora en gestación, y que usó palabras para lacerar las fibras más protegidas por mi incredulidad. Quizás sea tan solo una cuestión de auto apreciación ó de la degradación de  mi parte creativa por parte de mi parte pesimista que aparte de vencer a mi parte optimista toma parte en mis procesos con la ayuda de mi débil autoestima (otra parte de mi).

Una tarde con Sarah Garcia


Simple y sencilla como una nube. Vestida de blanco y esbozando una pureza incorruptible, candorosa y frágil. Su honestidad me cautivo desde la primera vez que me habló. Así como si nada me confesó que estaba nerviosa, que era su primer libro, que había invertido mucho tiempo; yo me limite a decirle que todo saldría bien, que siempre es así, como en Shakespeare in Love le recordé. Yo tome su libro y empecé a leer aunque estuviera trabajando (trabajo en la Librería Martínez), era según yo otra presentación literaria, con lectura y firma; pero había algo diferente; ella se movía entre la gente con su andar de mariposa recién nacida, como de flor en flor en su primer jardín. Al terminar de leer el  primer capítulo de su libro, justo antes que ella tomara el micrófono para compartir un retazo de su vida, yo tenía en mi alma una imagen que jamás olvidare: el hombre que bailó en su propio funeral. Después leí sobre el primer amor, la inocencia, la ingenuidad, partículas de tiempo al alcance de mis manos; no pude evitar sentirme identificado, así supe que había algo especial en ella, porque tenía la capacidad de conectarse con esa parte tan delicada del espíritu humano, sin saberlo estaba conquistando una de las metas mas difíciles de un escritor.  Al final de aquella tarde me quede con el libro del que ella había leído y se lo di para que lo firmara. Le pedí que nunca cambiara, que siempre fuera ella misma (¿Acaso una quimera?) y me lleve su libro a casa,  le deje un mensaje escrito: Tus palabras son semillas, ve  y siémbralas por doquier…

Borges decía que el libro es el más genial de los inventos, que la cuchara, el cuchillo y la pala por ejemplo, son extensiones de la mano y del brazo; pero el libro, era en cambio una extensión de la mente. Es entonces el libro el único y verdadero camino a la inmortalidad. Algún día, cuando pasen los años y cuando Sarita haya muerto, alguien tomara su libro y ella resucitara para contar una historia cotidiana, una historia tan humana y tan tierna como la sonrisa de un bebe ó el pudor del primer beso.