En el instante mismo que tomo la guitarra la inspiración vuela en un aleteo desesperado como ave espantada. Es penoso entonces terminar de rodillas recogiendo plumas sueltas para formar un rústico bosquejo de lo que fuera una brillante melodía. Esto suele pasarme también en el ambiente literario. Fantásticas ideas suelen posarse en un árbol imaginario situado entre lo etéreo y lo terreno; a veces caminando de regreso a casa por Washington Avenue, a la altura de French Street, abruptamente vienen a mi pasajes de increíble claridad narrativa, la retórica se vuelve entonces un respirar, una natural consecuencia del existir, pienso literariamente durante el resto del trayecto. Pero al llegar a casa y al encender la máquina, todo se esfuma de igual manera, dejan abandonado el árbol y me quedo entonces escribiendo estas caricaturescas versiones. Así pues, después de tanto pensarlo decidí comprar una libreta de apuntes. Es de color café oscuro y en cuya portada reza acertadamente la frase “Ideas”, posee una pasta sintética que la hace parecer de cuero y un compartimiento en la parte última en donde ahora pongo mi dinero, prescindiendo así de la tradicional billetera. Sin embargo, desde el primer día sentí la absurda necesidad de escribir algo en ella, el solo conocimiento de su ubicación me llenó de zozobra y suspicacia por la bolsa trasera de mi pantalón; este sentimiento solo ha servido para a alejar a tan escurridiza musa que caprichosamente se me aparece en los momentos más sorpresivos. Aún la sigo esperando, y dejo de vez en cuando la libreta en casa, confiando en que esta vez la memoria no me fallara y lograre retener las palabras que justificaran tanto deseo y tanta obsesión por escribir.
jueves, 16 de octubre de 2008
Libreta de Apuntes
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