jueves, 30 de octubre de 2008

Rayuela


He tenido un sueño extraño.  En él,  viajaba a través de México, creo que  estaba en Oaxaca;  y en una librería de libros usados encontraba esta Rayuela de pasta dura con una hermosa fotografía de París en otoño. Era un libro tan hermoso que pague alguna cantidad ridícula, pero salí del lugar campante y  feliz,  sabiendo que salía con un magnifico tesoro bajo el brazo. Me sentaba en un parque  y acariciaba el libro con devoción y una felicidad inexplicable. Mi Rayuela es una versión de bolsillo carcomida por uno de mis perros en la esquina, demasiado gastada y barata a decir verdad. Siempre he querido tener una versión más decente del libro, con letra grande para ayudar a mi defectuosa visión.  Sin embargo aún no la consigo. Volviendo al sueño, pasaron más cosas y algunas demasiado extrañas, entonces lo supe, me aterre, y no cabía duda alguna, estaba soñándolo.  Aún estaba dormido y sabía que al despertar  el libro no  me podría acompañar, me entristecía  la idea de dejarlo al otro lado, en el universo onírico. Me aferraba a la idea de quizá  al despertar estaría allí, a mi lado, desafiando  a la razón, como en un cuento de Cortázar, de esos con finales tan inesperados que uno mismo ya espera esos finales.  Pero no ha sucedido, al despertar el libro ya no estaba entre mis manos, y con  un suspiro pensé que es una lástima no poder traer nada del otro lado. Creo que busque la moraleja si es que tenía alguna, digamos entonces que  tampoco tiene mucho sentido afanarse tanto de este lado por tener cosas que no podremos llevar al otro lado cuando nos durmamos  para ya no despertar (trilladísimo concepto que nunca ponemos en práctica)  Bueno, he releído algunos capítulos de Rayuela, ese libro que nunca termina y al que hay que volver de cuando en cuando para beber un sorbo más.

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