Me siento durante horas a escribir y no escribo nada. Al menos no algo que valga el consumo de recursos, es decir: de tiempo, de café, de los cigarrillos de nueve dólares la cajita, de la electricidad del ordenador, del ventilador, de la lámpara que no alumbra, que solo da ambiente, y el estéreo tocando a Charlie Parker (quizá me encuentre una migaja de lo ya escrito) Estoy tratando de escribir el cuento ese que me desvela cada noche. Que irónicamente es sobre alguien que no puede dormir y es atormentado por un libro. Cualquier semejanza con la vida real es pura coincidencia. Lo estoy soñando y eso sí que es grave. Pero no lo puedo terminar, lo reescribo una y otra vez, y cada vez me sale peor; mutaciones aleatorias digamos, lo peor es no lo puedo dejar porque me reclama obsesivamente que no está terminado. Intento leer un poco antes de volver a lo de traducir el libro de Sarah. Ella en su inocencia no entiende que es más importante para mi hacerlo que para ella tenerlo. Para mí es un génesis para ella una especie de expansión creativa. Pero el calor no me deja concentrarme, estamos a dos o tres grados del punto de ebullición me parece, la sangre hierve y no deja pensar. Me muero de la impaciencia, quiero que acabe el verano, que llegue el otoño y el invierno para poder quejarme entonces del frío. Recibo un correo de Guatemala y se abre la herida que tengo en el costado, algo me espera o mejor dicho se desespera allá. Pero hace algunos días las cosas empezaron a cambiar tanto acá que debo admitir, estoy dudando que mi regreso a Guatemala se concrete en menos de cinco años. La posibilidad de no regresar es una planta que crece día a día extendiendo sus ramas en todas las direcciones imaginables. Me temo, no se debe planear demasiado la vida porque esta suele ser caprichosa y le gusta hacernos quedar mal.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Un vicio más
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1 comentario:
Lo que tienes que hacer es no sentarte: ¡escribe parado! ñ_ñ
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